jueves, 7 de abril de 2011

El hombre es tedio para el hombre.



Desvanecerse es una idea enferma, pero lógica, mientras arañándose los brazos, como si de una cebolla enterrada en un camposanto se tratara, la piel  plumífera se le escapa entre ese repugnante aire de poniente. No encuentra ningún rincón donde abandonarse a respirar, absorber el maldito aire frío y nocturno. 


Se ciñe la soledad, rodeándole la tráquea,que le hierve intensamente y lanza un sordo grito que le estalla en el cerebro. Viejos recuerdos ,balanceos de transcendencia extrema se le aparecen como un film, la pintura roja, asegurar las tuercas y a volar como si de verdad la infancia liberara a uno de esa alma demoníaca que carcome la sencillez . Aún recuerda el sonido del óxido y la tierra, nunca tuvo el valor de subir de pie al columpio,¿los motivos?, difusos... ¿el resto o cobardía? 


Ahora sólo es arena, arena movediza, que se engulle. El espejo opta por el decorado teatral, y tras sus hombros, Roma triunfante, ardiente, en ruinas, en cenizas, en resquicios de lo que un día fue. Y vuelve esa profunda sensación de asco mientras se pellizca los labios  trepidantemente, mandándole señales al corazón:


-¡Para, desgraciado! tanta sangre me desborda...


-El órgano al que llama, está extasiado, pruebe más tarde. 


Tras la derrota absoluta ante la imposibilidad de una tregua, los instintos animales más básicos son los que prevalecen, las leonas de la Sabana, se lamen las heridas, el resto duerme. Pedir ayuda sería estúpido, pueril, vergonzoso, mejor regocijarse en la basura que vomita a bocajarro un alma que no admite analgésicos, -nótese la ironía, la incapacidad humana y la indescifrable metafísica-
 
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