lunes, 14 de junio de 2010

Destiladores de recuerdos, llame.


Oí la lluvia tediosa, antigua amante de mi mente, perturbadora experta de mi alma. La escuché pedir perdón, por los rincones de las tejas policromáticas -por el desgaste-. Me perdí entre sus susurros veraniegos que mostraban su espíritu de antítesis natural.

Poco después mil escalofríos asaltaron mi ser sin piedad, del alma a la mente, de la mente al suelo, del suelo a la derrota. Y me quedé sentada mirando fijamente mi lucha climatológica, me sentí patética y me reí, reí mucho inyectándome una fuerte dosis de ironía.

El ocultismo puebla mi sangre - que todos sepan que estoy viva, que nadie sepa el camino a mi alma- pero todo se retuerce y se metamorfosea en lo que el grande e implacable(aunque a veces inexistente) Cosmos desea. Así pues el verbo escuchar se esconde entre falsas y viperinas lenguas, pasa a ser un contravalor al cual hay que mutilar -más quisieran-.

Deseo insanamente no enamorarme de cada gota de lluvia que moja la ventana en una tarde de Junio, incluso deseo ser, sin ningún adjetivo más, estar por estar...,
-al segundo dejo de desearlo-.

1 comentario:

Miguel dijo...

Yo creo que a veces me he enamorado sanamente de la lluvia. Fue un efímero idilio. Pero me gustó. Yo amo las cosas sencillas. La vida es sencilla (por eso la amo) pero a veces, las personas solemos complicárnosla.

Un besito.

 
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